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VIKINGOS BERSERKERS

Los berserkers combatían drogados… y demás habladurías

Se dice que los berserkers fueron luchadores legendarios, pero que toda esa cólera no era más que producto de consumo de drogas. ¿Qué hay de cierto en todo esto?

(Texto sacado del Blog Europa Soberana)

“Los berserkers y su rito iniciatico para la batalla ha sido harto comentado. Ahora bien, ¿cuál es la explicación para estos hechos, que rebasan con creces lo normal? ¿Cómo hemos de interpretar el berserkergang? En nuestros días, algunos que siempre miran con resentida desconfianza cualquier manifestación de fuerza y salud, han querido degradarlo. Para muchos de ellos, los bersekers eran simplemente comunidades de epilépticos, esquizofrénicos y demás enfermos mentales.

Esta ridícula explicación no satisface en absoluto, ya que la epilepsia o la esquizofrenia son patologías cuyos efectos no se pueden “programar” para una batalla como hacían los bersekers, y bajo sus ataques es imposible realizar acciones valerosas o mostrar heroísmo bélico. Un epiléptico se hace más daño a sí mismo mordiéndose la lengua y cayendo al suelo que destrozando las filas de un numeroso ejército enemigo, y además puede ser reducido por una sola persona. Peliculeramente, otros han sugerido que los bersekers eran alianzas de individuos que habían sufrido mutaciones genéticas, o los supervivientes de un antiguo linaje germánico desaparecido, organizados en forma de comunidades-sectas. Incluso se puede tener en cuenta la explicación “chamánica”, según la cual los bersekers eran poseídos por el espíritu totémico de un oso o de un lobo.

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¿Acaso los vikingos berserkers eran alocados dependientes de setas alucinógenas?

Como se ve, las razones son tan variopintas como variopintos son los personajes que se meten a opinar al respecto. La explicación más conocida, empero, es la de que estos hombres combatían drogados. Según dicha teoría, los bersekers ingerían un hongo llamado amanita muscaria (seta de tallo blanco y sombrerete rojo con motas blancas, que abunda entre los bosques de abedules del norte de Europa), o bien algún mejunje preparado con dicha seta. Ésta tiene una toxicidad elevada gracias a un alcaloide llamado muscarina, que altera completamente la conciencia y la percepción. Actualmente se la ha catalogado como “venenosa”, dado que en dosis elevadas resulta mortal. La teoría de la amanita muscaria fue elaborada en 1784 por el profesor sueco Samual Ödman (que supo de la utilización del hongo por parte de chamanes siberianos), y se perfiló hasta cierto punto porque la mitología germánica explicaba que, de la boca de Sleipnir —el caballo de Odín, de ocho patas— goteaba una espuma roja que, al llegar al suelo, se transformaba en la seta. Otras teorías de drogas sugieren cerveza con beleño negro o pan o cerveza contaminados con cornezuelo del centeno.

La teoría de las drogas no convence, y los dos hechos anteriores (chamanes siberianos + caballo de Odín) son las únicas pruebas que tenemos para corroborar tal tesis. Por otro lado, la simple ingestión de una droga no garantiza por sí misma un arrebato de devastación y frenesí guerrero como el que experimentaban los bersekers. Si es que ingerían efectivamente una droga, habría sido tras una larga y dura preparación guerrera y ascética que les hubiese hecho resistir la posesión del od, con dosis cuidadosamente pensadas por auténticos conocedores de sus efectos, y con ritos diseñados para realzar y canalizar ciertos aspectos relacionados con la sustancia. Nos es más lógica, pues, la teoría de que el berserkergang se desencadenaba mediante una especie de “orden hipnótica programadora” que se almacenaba en el subconsciente a través de una violenta y traumática iniciación ritual, y que en adelante se “activaba” automáticamente escuchando el ruido de las armas, los gritos de batalla y los cánticos que invocaban la furia de Odín, dando lugar al irresistible ansia de estar en el centro del combate, allá donde la lucha era más encarnizada y la furia más densa. En cualquier caso, lo más probable es que las técnicas de consecución del berserkergang fueran mentales o “psicológicas”, a través de procesos hipnóticos y magnéticos catalizados en poderosos rituales, y seguramente amplificados a través de danzas tribales, movimientos, técnicas y respiraciones capaces de generar enormes cantidades de adrenalina en poco tiempo. Y si las drogas estaban realmente presentes, hubiese sido para facilitar la posesión, pero en ningún caso eran las responsables directas del increíble rendimiento combativo que se desencadenaba con dicha posesión.

Las sustancias liberadas por las drogas pueden estimularse en el cuerpo mediante prácticas de depuración. En las tradiciones iniciáticas, cuando el hombre obtienen control absoluto sobre su cuerpo, puede estimular sus órganos, sus glándulas, a voluntad, liberando las sustancias que desea y causando los efectos que desea, con sólo saber materializar el pensamiento. Lo ideal es que las drogas que se utilicen procedan de nuestro propio interior, pues, realmente, las drogas están ya dentro de nosotros —como por ejemplo la testosterona, la adrenalina, la dopamina, las feromonas y las endorfinas—, sólo que a menudo necesitan de un estímulo para liberarse. El uso religioso de las drogas apareció en una época en que la mayoría de personas ya no eran capaces de entrar en trance de modo natural. Y en cualquier caso la ingestión de las drogas con fines religiosos se realizaba bajo un severo control y ritualismo, sobre individuos preparados física, mental y espiritualmente para aguantar sus efectos, y todo vigilado por sabios de las ciencias naturales, conocedores de las plantas, los animales y la Tierra.

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Durante las situaciones de gran estrés y violencia, el cuerpo se perturba. Aumenta el pulso, se acelera la respiración y sube la adrenalina como una llama. Tienen lugar una serie de respuestas fisiológicas que en sí mismas no son ni buenas ni malas, sino que su naturaleza dependerá del uso que se haga de ellas y de la salida que se les dé. Los guerreros convencionales “caballerescos”, intentaban dominar el torrente de reacciones y sensaciones que les causaba el combate, de modo que, manteniendo su voluntad por encima de ellas, conservaban la “sangre fría” y la consciencia intacta. Los bersekers, en cambio, parecían hacer lo contrario: se dejaban llevar por las reacciones físicas ante la lucha, de modo que éstas tomaban posesión de ellos y acababan convirtiéndoles en bestias que lo “veían todo rojo”. Afloraba en ellos una voluntad totalmente independiente de la consciencia. Sólo los mejores eran lo bastante duros como para dejarse llevar de verdad por el torrente de ferocidad, soltar sus impulsos salvajemente, perder el control, romper todo lazo y toda atadura para dejar cabalgar libre a la bestia, saborear el profundo y primitivo placer de la carnicería, de la sangría, de la matanza, de la dominación, de la posesión y de la destrucción, sumergir todo su ser en el caos absoluto y sobrevivir para contarlo —aunque es muy probable que después ni siquiera recordasen claramente lo sucedido.

¿Es todo esto un barbarismo salvaje? Sí, pero forma parte de la naturaleza humana, nos guste o no. Dar la espalda a esos asuntos sólo sirve para que luego nos cojan desprevenidos. Ignorar que tenemos un lado animal es como mutilar el espíritu y sabotear el cuerpo. Por el contrario, aceptar esto y dominarlo equivale a reconciliarnos con nosotros mismos.”

 

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